
He disfrutado la vida, eso creo, no puedo quejarme he tenido buenos amigos, buenas amigas, una buena novia, buenos maestros, buenos tiempos aunque, a veces he sido yo quien no los ha aprovechado del todo pero, nacemos ignorantes, incrédulos, no sabemos valorar las cosas buenas hasta que un día te pones a recordar a tus veintitantos años todo lo que has pasado y vivido y recuerdas a la gente que has conocido y te preguntas ¿Qué se habrá echo? Y te prometes a ti mismo valorar a la nueva gente pero, somos olvidadizos y es entonces, que en el final de nuestros días, nos ponemos nostálgicos, melancólicos, y volvemos a recordar a la gente vieja y a la gente nueva que se ha vuelto vieja y nos volvemos a preguntar ¿Qué se habrá echo? Y es entonces que te das cuenta que ya no tiene caso prometerte nada, ya para qué, si la vida ya se terminó y volviste a dejar las cosas a medias, sin valorar nada, sin escuchar nada, sin haber disfrutado realmente de nada.
Yo apenas tengo veintitrés, aún me queda gente por conocer y, espero, no cometer los mismos errores y valorar a los que tenga que valorar. Tengo miedo de levantarme un día a los sesenta (y tantos) años y darme cuenta de que desperdicié mi vida porque, yo no lo sé de cierto, pero supongo, que una vida bien vivida no se mide en cuánto dinero tengas o cuanta fama logres alcanzar sino, con cuantos amigos puedes contar, porque al final, los amigos se vuelven familia y la familia se vuelven amigos y ellos siempre estarán con nosotros y por eso hay que aprenderlos a valorar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario