Hay una grieta en mi pecho,
no sangra, pero respira.
Exhala un polvo antiguo,
como ceniza de un dios olvidado.
Mis latidos ya no suenan,
retumban,
como pasos de un monstruo lejano
que alguna vez fui.
Las paredes de mi mente
se pelan como piel marchita,
y los espejos mienten,
aunque nadie les pregunte.
He visto al sol llorar negro,
y a la luna morderse el alma.
He tocado el fondo del sueño
con las uñas rotas de la calma.
Nadie llama. Nadie entra.
Solo el frío me visita.
Y en su lengua de cuchillo
me pregunta:
¿Aún respiras?
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